jueves, 19 de enero de 2012

Juan Calvino (1509–1564)

Reformador protestante francés; ubicado generalmente como segundo en importancia solo detrás de Martín Lutero como una figura clave de la Reforma Protestante.
Calvino nació en el noroeste de Francia. Su verdadero nombre, Jean Cauvin se transformó en «Calvin» años después, cuando como un erudito adoptó la forma latina (Calvinus). Su lugar de nacimiento, Noyon, era un viejo e importante centro de la Iglesia Católica Romana en el norte de Europa.

Para permitir que su hijo alcanzara una posición de importancia eclesiástica, su padre vio que recibiera la mejor educación posible. A los 14, Calvino se matriculó en la Universidad de Paris, el centro intelectual de Europa del oeste. Allí había estudiado Erasmo, unos treinta años antes. Una serie de factores desviaron el interés de Calvino de estudiar teología a las leyes, por lo que abandonó Paris para trasladarse a Orleans, donde estaba la mejor facultad de leyes. Su extraordinaria inteligencia le permitió obtener, en tres años de estudios, su doctorado en leyes y su licencia para ejercer.

No se sabe mucho sobre su conversión, excepto que ocurrió entre 1532 y principios de 1534 cuando se publicó su primer trabajo religioso.
A principios de 1536, publicó en Basel, Suiza, la primera edición de su Institutes of the Christian Religion (Institución de la Religión Cristiana).

Calvino nunca fue un héroe popular, ni siquiera localmente. Tampoco se interesó por hacer el héroe. Sin el encanto, la confianza y el humor germánico de Lutero, tuvo siempre una actitud seria hacia la vida. Habiendo sentido un llamado divino a trabajar en la obra del reino de Dios, enfrentó su tarea con gran celo esperando lo mismo de los demás. Se recuerdan pocos momentos alegres o atisbos íntimos de su vida. Nunca se apartaría, ni siquiera momentáneamente, de su convicción profunda que, como creación de Dios, había sido puesto en este mundo para glorificarlo a El. Por eso, en forma deliberada evitó las luces de la popularidad y lo sensacional para que nada lo desviara de dar el mensaje de la gracia de Dios en Cristo. Sus principales virtudes cristianas fueron la humildad y la auto-negación. Vivió modestamente. Tuvo pocas posesiones, vivió en casas que no eran suyas y obstinadamente rechazó aumentos de salario. En teología, fue completamente reverente del concepto que el ser humano pecador había sido «estimado justo» en Cristo y consideraba un privilegio servir al incomprensiblemente santo y soberano Dios del universo.

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