“Recuerdo que le decía a mi papá que no se vaya, yo me agarré de su pierna con mucha fuerza pero igual me abandonó”, cuenta la protagonista de la historia, quien fue víctima de una profunda depresión desde aquel momento.
Pero en medio de la adversidad siempre aparece una pequeña luz de esperanza. Su madre se armó de valor y puso su negocio propio. De esa manera tomó las riendas de su hogar, a costas de que sus tres pequeñas vivan con sus familiares.
“A veces estaba en la calle, miraba al piso y encontraba cincuenta soles, ahora entiendo que Dios nunca nos abandonaba”, refirió.
Con el paso de los años Alicia alcanzó la adolescencia. Para ese entonces ella, junto a sus hermanos y madre, se mudó para independizarse definitivamente.
Sus amigas del colegio secundario la tenían en gran estima. Era considerada como una buena compañera.
A pesar de las tentaciones típicas de la juventud, ella nunca aceptó un vaso de licor o una salida a la discoteca.
Mientras, tanto el rencor contra su padre crecía. Ella decidió nunca más volverle a hablar.
En el mes de junio, cuando llegaban los “Días del Padre”, a ella solo le quedaba llorar a solas.
Un día encontró una pequeña Biblia y lo primero que leyó era que la misericordia de Dios era infinita, pero Alicia no entendía en qué consistía esa misericordia.
El milagro
Cumplidos los dieciocho años, su padre tocó a su puerta. Pero algo había cambiado en él, la abrazó, le pidió perdón y le dijo que Cristo lo había cambiado para siempre.
“Yo me quedé sorprendida, pero seguía incrédula, mi corazón aun no podía perdonar todo lo que había sufrido”, narra Alicia.
Fue así que luego de este incidente ella conoce a una joven cristiana que asistía al Movimiento Misionero Mundial, algo en su corazón la impulsó a pedirle que la lleve a su iglesia.
Cuando ingresó a la Casa de Dios sintió que un amor indescriptible tocó su vida, poco a poco entendió que Cristo podía hacer que la felicidad la alcance.
El templo al que asistía quedaba lejos de su casa, lo que provocó que llegue tarde a su hogar y los constantes reproches de su madre.
Ante este inconveniente, decidió asistir a otra denominación, pero nada era igual. “En ese lugar me volví a sentir vacía”, manifestó.
Pero Dios no la dejó. Mientras Alicia veía televisión encontró el mensaje del reverendo Rodolfo González Cruz, quien decía que era el momento de un verdadero cambio. Esa misma noche decidió perdonar a su padre.
Luego de investigar encontró un templo de nuestra organización muy cerca a su vivienda. “Solo me puse a llorar y dije estoy de vuelta en mi casa”, cuenta nuestra ahora hermana en Cristo.
Actualmente, Alicia predica la Palabra de Dios a sus amigos, congrega en la iglesia de Benjamín Doig en el distrito limeño de Santa Anita.
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