
“Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, Para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios. Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; El apacienta entre los lirios” (Cantares 6:2, 3).
Una niña pidió a un hombre que cogiese una flor para ella.Cojer la flor para la niña fue un trabajo bastante simple, pero, cuando ella le pidió que la devolviese al lugar donde estaba anteriormente, él se sintió impotente y confuso, como nunca había se sentido antes. ¿Como decir que tal cosa era imposible de hacer? ¿Como explicar a los jóvenes que algunas cosas, cuando rotas o mutiladas, nunca más pueden ser sustituidas o restauradas?
¿Cuántos de nosotros pasamos la mayor parte de nuestras vidas lamentando actitudes tomadas en la pasado? ¿Cuántos de nosotros desaprovechamos grandes oportunidades de una vida feliz y saludable al dejarnos llevar por un momento impensado de busca de placer y diversión? ¿Cuántos de nosotros ya dijimos: “Yo tengo que aprovechar mientras soy joven. Después me preocuparé por las cosas serias?
Muchas veces, en un pequeño momento de imprudencia, arrancamos la flor de nuestra felicidad sin percibir qué ella jamás podrá ser recolocada en su debido lugar. Cuando la cogemos, se muestra bonita y perfumada, pero luego marchita y pierde el aroma y, nunca más tendrá el mismo encanto.
El jardín de nuestra vida no debía ser tocado por las manos de las drogas, del humo, del alcohol, de la prostitución, de la deshonestidad, y de tantos otros males que quiebran y mutilan nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios.
Muchas veces las heridas provocadas jamás son curadas o restauradas.
Muchas veces las heridas provocadas jamás son curadas o restauradas.
Dios nos creó para ser una bendición, para embellecer y perfumar los locales donde nos encontramos, para servir de ejemplo a ser seguido, para glorificar su maravilloso nombre.
Preserve su vida. Es un jardín del Señor
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