sábado, 18 de febrero de 2012

Hoy decido Perdonar

Hoy decido perdonar

A veces somos muy injustos con el perdón, Dios ha perdonado todos nuestros pecados y sanado nuestras heridas, pero a nosotros se nos hace muy pero muy difícil perdonar a aquel que hizo algo que nos dolió mucho.

Y digo que somos injustos con el perdón, porque nos gusta que Dios nos perdone, pero no nos gusta perdonar.

A menudo veo y oigo a personas que se supone “han perdonado”, pero sus palabras, sus frases denotan que lo que existe en su corazón, es verdaderamente falta de perdón.

Cuando nosotros perdonamos a alguien, no tenemos porque andar sacando en cara lo que nos hicieron, ¿Acaso no lo perdonamos ya?, ¿Por qué andar recordándole cada que se puede lo que hizo?, eso es ser injusto, porque Dios no nos anda recordando a cada momento nuestros pecados como razón para acusarnos y hacernos sentir mal, al contrario, Dios olvida nuestros pecados y nos hace nuevas criaturas.
Reflexionar sobre el perdón que injustamente no otorgamos, me lleva a la Palabra de Dios, especialmente al pasaje del siervo que fue perdonado, pero no quiso perdonar.
“Entonces Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: —Señor, si un miembro de la iglesia me hace algo malo, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Sólo siete veces? Jesús le contestó: —No basta con perdonar al hermano sólo siete veces. Hay que perdonarlo una y otra vez; es decir, siempre.»
En el reino de Dios sucede algo parecido a lo que cierta vez sucedió en un país. El rey mandó llamar a sus empleados para que le informaran cómo andaban sus negocios y para que le pagaran todo lo que le debían.» Cuando comenzó a sacar cuentas, le llevaron un empleado que le debía sesenta millones de monedas de plata. Como el empleado no tenía dinero para pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa y sus hijos, y que vendieran también todo lo que tenía. Así, con el dinero de esa venta, la deuda quedaría pagada.»
Pero el empleado se arrodilló delante del rey y le suplicó: “Señor, déme usted un poco más de tiempo y le pagaré todo lo que le debo.”» El rey sintió compasión de su empleado y le dijo: “Vete tranquilo; te perdono todo lo que me debes.”» Al salir del palacio del rey, ese empleado se encontró con un compañero que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y le dijo: “¡Págame ahora mismo lo que me debes!”» El compañero se arrodilló delante de él y le suplicó: “Dame un poco más de tiempo y te lo pagaré todo.”» Pero aquel empleado no quiso darle tiempo, y mandó que metieran a su compañero en la cárcel, hasta que pagara el dinero que le debía.» Los otros compañeros, al ver lo que había pasado, se molestaron mucho y fueron a contárselo al rey.» Entonces el rey mandó llamar a aquel empleado y le dijo: “¡Qué malvado eres! Te perdoné todo lo que me debías, porque me lo suplicaste.
¿Por qué no tuviste compasión de tu compañero, así como yo la tuve de ti?”» El rey se puso furioso, y ordenó que castigaran a ese empleado hasta que pagara todo lo que le debía. Jesús terminó diciendo: «Lo mismo hará Dios mi Padre con cada uno de ustedes, si no perdonan sinceramente a su hermano.»”
Mateo 18:21-35 (Traducción en lenguaje actual)

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